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Ciencia Jurídica y Derecho Internacional, Nº 21
Los cambios de milenio suelen asociarse con grandes transformaciones a nivel económico, social y cultural, como si traspasar esa barrera numérica provocara que azar y circunstancias se aunaran para revolucionar las formas de vida de las sociedades. Eso es, precisamente, lo ocurrido en la sociedad internacional al franquear la barrera del siglo XX: si felizmente dejábamos atrás una etapa de crisis y división ideológica que marcó profundamente la concepción de seguridad internacional y la manera de entender las relaciones interestatales, se inauguraba otra que confirmaba la tendencia iniciada en los noventa: virulentos conflictos con origen en encarnizadas luchas étnicas o religiosas o en la persecución de grupos contrarios a Gobiernos en muchos casos ilegítimamente establecidos sorprendieron a un sistema incapaz de responder eficazmente a este nuevo tipo de situaciones. La sociedad internacional, consciente de la importancia del momento, comenzó a trabajar para enfrentarse de la mejor manera posible a los nuevos retos: Objetivos y Declaraciones del milenio, Cumbres de Jefes de Estado y de Gobierno, cambios en los temas de la agenda internacional, proyectos de reforma de la Organización de las Naciones Unidas o medios para hacer frente a nuevas amenazas fueron algunas de las cuestiones que se pusieron sobre la mesa. La consolidación del respeto de los derechos humanos, el fomento de gobiernos estables y democráticos, la persecución institucionalizada de los crímenes internacionales, la coordinación en la lucha de las nuevas amenazas (terrorismo, armas de destrucción masiva, pandemias, deterioro del medio ambiente) serían el frente común que aglutinaría la voluntad de los Estados que desearan inaugurar el nuevo siglo dejando atrás los conflictos que despidieron el anterior.
Poco tiempo ha transcurrido desde entonces, pero el suficiente para comprobar que algunos de los ambiciosos objetivos marcados comienzan ya a hacer aguas. Este trabajo se enmarca en el ámbito de las respuestas que la sociedad internacional debe ofrecer a las grandes crisis humanitarias de las que los últimos años del siglo XX fueron testigo y que nadie quería ver repetidas, pero he querido hacerlo activando su zoom sobre el conflicto de Darfur, una región de Sudán hasta hace no muchos años desconocida, que en 2003 comenzaba a sufrir una de las mayores tragedias de los últimos tiempos convirtiéndose así, a priori, en la situación idónea para llevar a la práctica las ambiciosas soluciones diseñadas en la teoría. Varios años han transcurrido desde entonces, pero los civiles continúan viviendo en Darfur su infierno particular sin que ninguna iniciativa se haya aplicado con éxito. La comunidad internacional ha suspendido, parece, su primer examen, poniendo de manifiesto que la aparición de la llamada obligación de proteger (2001, 2004-2005) a cargo de la comunidad en ciertas circunstancias y que tantas esperanzas despertó no fue sino una fugaz estrella cuya estela apenas somos ya capaces de entrever.
Darfur ha sido la primera gran prueba de fuego de la responsabilidad de proteger y no ha sabido superarla con éxito. Ahora es un buen momento para reflexionar si nos resignamos a que siga siendo así o aplicamos respuestas que de una vez por todas resulten verdaderamente efectivas.
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