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Hubo un tiempo, el de la civilización greco-latina, en que los hombres ocupaban un lugar privilegiado en la naturaleza, relacionándose con héroes y dioses. Ellos mismos podían serlo, pues aunque cultivaron los hábitos de racionalidad, sabiduría y justo medio poseían una cultura que integraba lo mágico 1. Los dioses se mezclaban con los hombres, intervenían en sus guerras, les hacían el amor y engendraban hijos de naturaleza superior a la humana. Para Tales de Mileto, «todo estaba lleno de dioses» y, así, la época constituyó un modelo, un mito también, para Occidente durante siglos. La famosa frase de Bernard de Chartres «Nous sommes des nains juchés sur des épaules de géants» 2 sintetiza perfectamente lo que han representado Grecia y Roma para nuestra cultura 3. En el Medievo, efectivamente, los hombres fueron enanos a hombros de gigantes 4, por eso «nosotros vemos más y más lejos que ellos, no porque nuestra vista sea más aguda o nuestra talla más alta, sino porque nos llevan por el aire y nos elevan con toda su gigantesca altura…» 5. Los gigantes habían desarrollado una extraordinaria cultura, que se perdió durante una larga Edad Media caracterizada por la ignorancia y la oscuridad 6. Es verdad que eran situados en forma inconcreta en el lejano pasado, pero lo cierto es que, de manera incontestable, hubo un tiempo en el que tuvieron existencia real, el de Roma. Allí, al abrigo de sólidas fronteras, las provincias europeas se habían desarrollado unificadamente en un clima de paz. La lengua latina se convierte en la lengua oficial de las regiones de Europa occidental, difundiéndose en el conjunto de las provincias un modelo cultural que los niños aprenden a través de las obras de Homero o de Virgilio. Todos los dioses se incorporan al panteón y una religión optimista encuentra su centro en el culto al Emperador. Finalmente, las relaciones entre particulares, sus conflictos, se encuentran previstos y regulados en un ordenamiento jurídico único, el del Derecho romano, lo que proporciona una enorme seguridad 7. Roma había tenido una realidad sólida. De hecho, se veía a sí misma como un núcleo radiante de luz y saber. Así, en la Eneida Virgilio la cree «llamada por voluntad divina a ser una ciudad cósmica, hogar común de dioses y hombres, elegida para traer al mundo la paz, la justicia y la abundancia». Los romanos se consideraban descendientes de Troya y estaban convencidos de que el mayor orgullo para un hombre era poder decir «civis romanus sum». Roma constituye el modelo de la ciudad de los hombres, universal y eterna, pues «es la proyección del logos divino en la tierra» 8. En definitiva, se vivía en un mundo seguro y para siempre. Y, sobre todo, se desarrolla un sentimiento de bienestar y felicidad, basta observar las villas de Pompeya, que se va a convertir en un sueño mitológico para toda la Edad Media, pues subsistió el recuerdo de una época en la que, a la manera de Protágoras, «el hombre era la medida de todas las cosas».
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