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Las ciudades europeas albergan un patrimonio histórico y cultural único, que hemos heredado de las generaciones anteriores, y que tienen derecho a heredar las generaciones futuras. Ni las circunstancias, ni la población, ni las necesidades de hoy son las de hace un siglo, o unos decenios y debemos cambiar la funcionalidad, las dimensiones y estructura de nuestras ciudades. Pero nuestra obligación es minimizar el impacto del crecimiento, regenerar las ciudades existentes, cuando esto es necesario, y aplicar pautas de sostenibilidad a las estrategias urbanas.
Es lo que de manera explícita ha planteado la Unión Europea en la Estrategia Territorial Europea y en la más reciente Comunicación de la Comisión sobre una Estrategia Temática para el Medio Ambiente Urbano. Propone un modelo de "ciudad razonablemente compacta" y advierte de los graves inconvenientes de la urbanización dispersa y desordenada: impacto ambiental, segregación social e ineficiencia económica por los elevados costes energéticos, de construcción y mantenimiento de infraestructuras, de generación de residuos y de prestación de los servicios públicos y ello teniendo en cuenta que el suelo, además de un recurso económico, es también un recurso natural, escaso y no renovable.
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