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Hace ya mucho tiempo que la Ley, expresión de la voluntad general, se convirtió en la voluntad de la mayoría del Parlamento, con lo que la soberanía de la Ley, que traducía la de la Nación, vino a dar en la soberanía parlamentaria. La soberanía cambió así de beneficiario, pero conservó todos sus atributos, entre ellos el de no tener que dar razón de sus mandatos. Y así seguimos todavía, esclavos del mito del Legislador soberano.
La Constitución de 1978, al prohibir categóricamente a todos los poderes públicos sin excepción el comportamiento arbitrario, está exigiendo razones al Legislador y razones de alguna calidad, que a los jueces constitucionales toca verificar. El viejo mito del Legislador soberano ha entrado así en una crisis que el Derecho Comunitario, un ordenamiento sin soberano, ha venido a hacer definitiva, lo que convierte en una tarea necesaria e inaplazable la reconstrucción de la teoría de la Ley. A esa tarea pretende contribuir este libro poniendo crudamente sobre la mesa el tema, nada simple, de la arbitrariedad del Legislador.
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