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La caída del muro de Berlín, además de significar en sí misma el fin de la etapa histórica de los regímenes del llamado socialismo real, coincide y supone al tiempo, una toma de conciencia de la crisis del modelo político sobre el que se asienta el Estado Constitucional: la democracia liberal-representativa. Frente a las tesis de quienes ven la solución a los problemas de la democracia constitucional en la recuperación de los ideales que la inspiraron en sus inicios, se levantan las posturas de aquellos otros que defienden la conveniencia de replantearse los fundamentos de legitimidad del sistema para reconstruirlo desde los presupuestos democráticos del «republicanismo cívico». Una corriente democrática opuesta al liberalismo individualista defensor del mercado, que sitúa en la apropiación efectiva del Poder por el hombre, en la primacía de la libertad de los antiguos sobre la libertad de los modernos y en la exaltación de la virtud ciudadana, los hitos fundamentales de su pensamiento y que tiene en las obras del Maquiavelo de las Décadas de Tito Livio, Harrington, Rousseau, los antifederalistas norteamericanos, o el primer Constant, sus más preclaros exponentes.
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